sábado, 23 de agosto de 2008

Thank you, Saint Anthony, see you on my next date, «biotch»!

Dentro de unos meses cumpliré 25. Sí, un cuarto de siglo. Y nunca me he enamorado. NUNCA. Not even close.

No le echo la culpa a nadie, es evidente que la negligencia es toda mía. Pero la situación me molesta. MUCHO. Lo que más me incomoda es que me cuesta demasiado que me guste alguien y cuando al final sucede, por x o y circunstancia jamás termina ocurriendo nada.

La última vez fue el semestre anterior. Vi a alguien de trabajo social y de inmediato quedé prendido. «Amor a primera vista», podría decirse. Me tomó todo el primer período para hablarle. Contaría la historia completa (de hecho la iba a escribir el miércoles y por algún motivo olvidé hacerlo); pero la verdad ando de poco humor para recordarla.

El lunes le di una invitación «sorpresa» para que fuera conmigo el día de hoy a un lugar que me parecía bastante agradable. De inmediato noté su desasosiego. Se le notó una gravedad en el semblante y de inmediato me percaté de que algo andaba mal. Estaba tan emocionado que no le presté importancia... al fin y al cabo había accedido y eso era lo único que me interesaba. Me dijo que le devolviera la llamada en unos días para ver si su jefe le daba alguna recomendación que pudiera dar al traste con nuestros planes.

El miércoles fue ese día. Entre una larga y otra corta, le envié un mensaje de texto pero no hubo respuesta. Hice lo propio con el teléfono, cuando me comentó que aún no tenía certeza. Me molestó: era cuestión de un simple «sí» o «no», cualquier otra cosa estaba de más. Si no quería ir, que me lo informara, igual por mí hubiese estado cool.

Ante la sospecha, hablé con algunas compañeras, quienes me replicaron que les extrañaba de sobremanera que alguien tuviera tantos escrúpulos hacia una «sorpresa». Es decir, ¿a quién no le gustan?, ¿qué clase de persona se inquieta en tal nivel por algo semejante? Por ende, me recomendaron esperar hasta el viernes para definir exactamente si el acontecimiento estaba en pie o no.

Así sucedió. Dos tardes después, marqué su número. Me contestó con amabilidad --como es su costumbre-- y me dijo que le emocionaba grandemente, pero que la idea de que el sitio fuera desconocido no le gustaba. Argumentó que era tiquismiquis porque en varias ocasiones había sufrido por acontecimientos desconocidos que no habían sido de su agrado y que no quería que este fuera así.

Resignado, tuve que revelarle mis planes.

Hoy por la tarde, más o menos a la hora acordada, llegué a la que creía su casa (que, dicho sea de paso, no era la que pensaba...). Había olvidado mi celular en mi cuarto y me vi en apuros porque pensé que todo iba a terminar mal. Recordé que yo había vivido cerca de allí y que tal vez la señora que me alquilaba estaba en su domicilio y me podría prestar su teléfono. Me dirigía a mi destino salvador, cuando por casualidad nos topamos. Me confesó que había estado tratando de localizarme durante toda la jornada, porque le había aparecido un compromiso. Le confirmé lo que había acaecido. Aunque llevaba una bolsa de lo que parecía un almuerzo a punto de ser cocinado, me expresó su anuencia a acompañarme, bajo la condición de que sería una reunión breve.

En el trayecto, me habló sobre su familia, sus razones del disgusto hacia las sorpresas y, en especial, puso énfasis en su excesiva carga de responsabilidades y cómo inclusive no tenía tiempo muchas veces ni para sí. Cinco trabajos (parciales, obviamente), bloque completo y un enfermizo empeño en tener notas de honor. Mal carácter (¿cómo coños no va a estar de mal humor bajo semejante nivel de estrés?), recelo hacia las conglomeraciones de personas y aversión total al tabaco y al alcohol.

Llegamos a la cafetería. El diálogo se tornó menos taciturno y más ameno. Conforme pasaban los minutos, noté cómo su mirada se desviaba a ratos hacia otras personas. Un comentario suyo me fortaleció mis suposiciones. Yo no tenía oportunidad. Avanzamos en nuestra tertulia y de nuevo más indicios de algo jamás creí.

Intenté sobreponerme (o al menos no dar señal de mi pesar). Mientras tanto, me agradeció por la invitación y me dijo que jamás pensó que la comida iba a estar tan rica. Le contesté que si hubiese confiado en mí desde un principio, estaba seguro que la sorpresa le hubiera sido agradable. Asimismo, agregué que no había problema, que finalmente nos conocíamos muy poco. Me dio la razón.

Fui a pagar, con la excusa de ir al baño y pedí un vaso de agua. Al acabarlo, me dijo que fuéramos a saldar la cuenta. Le respondí que se despreocupara. Insistió en que cuánto me debía. Por supuesto que nada, ¿qué clase de hombre convida y hace liquidar a la persona invitada? Hay que recordar que un caballero no tiene memoria, aún y si su corazón descubre una verdad que le hiere.

Volvimos sobre nuestros pasos. El recorrido estuvo llego de afirmaciones vacías y nimiedades. Me descuidé por un momento y noté cómo se entretenía con la gente en unos apartamentos. «¿En qué estaba pensando?», recapacité. Recordé las palabras de mi psicóloga, quien me empujaba a confiar en mis instintos, en mi sexto sentido. Pero eso fue justamente lo que hice y veía que los resultados no concordaban con la realidad.

Antes de darle más vueltas al asunto, ya estábamos en su casa. Nos despedimos.

Mi alma se encontraba como anestesiada. No había dolor, ni resentimiento. Solo me sorprendía de cómo había vuelto a caer en el mismo error de siempre: sentir atracción hacia alguien quien no experimentaba lo mismo. Entonces me cantaba a mí mismo:

Quizás, amaste a quien no debiste amar...
Tomaste una decisión fatal...
Te lastimaron y eso te hizo mal...
Yo lo tuve que pagar...

¡Dios mío, pero es que parecía tan claro que esta vez sí iba a salir! Le había rezado tanto a san Antonio... a lo mejor fue la cláusula que lee: «(...) y hágase su santa voluntad (la de Dios), a la cual me remito totalmente por la salud de mi alma». A lo mejor es que el toche ese no me quiere, porque pese a haber sido tan fiel seguidor de la novena nunca me ha hecho el favor.

O tal vez lo que debería hacer es volverme padre (yeah, right!)... ¡o gigoló!

¿Será que me tengo que olvidar que hay una media naranja para todos en el mundo? (y si así fuera, una vez más, yo haría la regla).

Ah, bueno, y antes de acabar, transcribo el último mensaje que me envió, que para mí resulta nada más que otro giro irónico en esta vida:

Gracias x todo !!! La pase muy bien !!! = )

2 comentarios:

U.A.S dijo...

Qué bonito. Me entretienen mucho las historias personales en los blogs, y en el suyo no hay muchas... Todas las entradas son artículos casi.

Pues cumplir 25 y no haberse enamorado tampoco es la gran cosa. Que muchos mueren sin hacerlo porque no se dan el chance, u otros a los 20 ya creen haberse enamorado unas 30 veces... y cuando se enamoran de verdad, no se dan cuenta...

Uffff, amores no correspondidos... Eso me ha pasado infinidad de veces, y ¿para qué te voy a mentir? Duele... aunque sea un poco... Pero luego uno se da cuenta de por qué no tenía que ser. El despecho es un sentimiento incómodo, pero te hace apreciar aún más cuando sos correspondido.

Al contrario del nombre del blog, no te pasa solo a vos. ¿Cuál es mi consejo? Ninguno en realidad... porque en cuestiones de amor, ni un sicólgo, ni el mejor amigo, ni uno mismo sabe.

Evicted Aussie dijo...

¡Gracias, UAS!

Me resulta gracioso releer los posts y me apena que uno en su arranque de lo que sea escribe cualquier cosa... ¡me chillé!