domingo, 20 de junio de 2010

Carta a un padre ausente

¡Hola! ¿Cómo está?

Pensé que para hoy ya este tema del día del padre estaría superado. Pero veo que no. Ni hoy ni mañana y quizás el año que viene el asunto resurja. Digo, porque cada junio pasa igual.

La diferencia es que en la versión 2010 me voy a desahogar. No pretendo jugar de víctima ni inspirar la lástima de nadie. Mucho menos de usted. Porque, ¿sabe una cosa?, siento que todos los involucrados fuimos daños colaterales de las circunstancias.
La verdad es que esta fecha solo me gustaba cuando no sabía que yo era el único que no tenía la figura paterna. Pero cuando entré al kínder tuve que recurrir a mi tío para que fuera a la celebración. Por mí habría sido mejor no ir del todo. De cualquier manera, era obvio que la fiesta no era para gente en mi situación.

Luego vino la escuela. Como era católica fundamentalista no cabía en la mente de nadie por qué no tenía papá. Hasta que en mi infinita inocencia de niño se me ocurrió decir que usted había muerto en la guerra de Nicaragua. Recuerdo que esa tarde el teléfono de mi casa no paró de sonar. Eran los padres de mis compañeros quienes preguntaban si era verídica la historia que había compartido en clases. Mi mamá se lo tomó muy a la ligera porque a pesar de que tuvo que aclararle el embuste a 15 personas distintas -como mínimo- ni siquiera me regañó. Quizás en el fondo sabía que era muy incómodo para mí.



En la adolescencia tenía tantas otras cosas en qué pensar sobre mí mismo que ni me detuve a sentir nada sobre el festejo. Y creí que era una etapa superada. Pero como tengo esa manía de autoflagelarme cuando entré a la adultez empecé a sentirme culpable.

Culpable porque no me había esforzado por acercarme a usted. Culpable porque no lo quería. Culpable porque no era el hijo perfecto que todo padre quiere tener. Culpable porque no me parecía en nada a usted. Porque culpabilidad era y sigue siendo el único sentimiento que usted me inspira.

Lamento, pues, que tenga que contactarlo el día de hoy para importunarlo. Y me apena más que vaya a perturbarlo un día de estos para pedirle plata. Espero no se ofenda, pero ese es el único papel que usted ha jugado. Cuando estoy en aprietos financieros usted me salva la tanda. Sorry, de verdad: entre ser padre y dador de plata, usted escogió lo segundo. Ahora aguante.

Y tampoco es que lo moleste tanto. La última vez que le pedí algo fue hace como 3 o 4 años. Y dar plata cada muerte de obispo es un negociazo. Digo, porque nunca tuvo que preocuparse por la mensualidad del cole o la escuela o de pagar los recibos al doctor cuando me enfermaba. O sea, ni buen proveedor salió. ¡Pucha, mae, usted no pegó ni una conmigo!

Mi mamá dice que es mejor así. De esa forma no tengo nada que deberle a usted. Pero la necesidad tiene cara de perro.

PD: Solo espero que no sea tan carebarro que al final me meta pensión para que lo mantenga cuando esté anciano. Seamos sinceros: usted NO se lo merece.