domingo, 19 de abril de 2009

Vaffa!

Hay días en los que uno solo desea mandar todo y a todos a la mierda.

Hoy es uno de esos.

lunes, 13 de abril de 2009

Cumpleaños feliz...

... Me deseo yo a mí...

Luego hago una entrada sobre

¡Mi cumpleaños feliz!

domingo, 12 de abril de 2009

Espejito, espejito

Siguiendo con la temáticas de la Semana Mayor, recuerdo aquella parte de la Biblia en la que sale santo Tomás diciendo que si no veía no creía.

He estado pensando últimamente mucho en eso (no tanto en las Santas Escrituras, sino más bien en todo este asunto de ver para creer) y sinceramente estoy sorprendido. Digo, en este mundo actual en el que TODO es pura imagen es difícil abstraerse de dichos paradigmas y hacerse el que ni fu ni fa.

Por eso es que admito sin ambages que soy una persona que se deja llevar por las apariencias. Una amiga dice que por lo general la gente se avergüenza de sus prejuicios, pero que en cambio yo parezco enorgullecerme de ellos. Pero es que bueno, si los demás pasaran por mis experiencias, de seguro serían iguales o peores que yo.

Por ejemplo, el Jueves Santo me tocó ir al trabajo. Como hay tan pocos viajeros en el sentido Palmares-San José los «eficientes» autobuseros de la zona optaron por enviar medio bus cada 36 horas. No me quedó más remedio que tomar la unidad de 8 de la madrugada. Resignado, me levanté temprano, me alisté y me fui a hacer fila antes de las 7:30 a.m. Afortunadamente (obviamente, mejor dicho), no había muchas personas en la cola, pero sí las suficientes como para llenarla. En fin, cuando estaba a punto de montarme, escuché a unos metros de distancia a una mujer pidiendo ayuda para pagar su pasaje. Intenté hacer caso omiso a la circunstancia hasta cuando ella enfrente de mí.

Llevaba uno de estos vestidos de moda amarillos que tanto gustan a las muchachas (estilo ochentero que parecen un camisón y con un «elástico» en la parte inferior lo que los hace abultarse como si fueran «bombachos»). Su peinado era una mezcla entre Amanda Miguel en sus años mozos y puta en cabanga. El rostro (si es que así podia llamársele) curtido como si nunca hubiera sido tocado por el agua. Podré ser grosero, pero no me gusta ningunear a la gente: la miré a los ojos y le negué mi limosna.

Seguí mi camino y me subí. Increíblemente, pese al gentío que iba delante de mí, el bus iba vacío. Tuve el lujo de elegir el puesto que quería. Me acomodé y observé cómo los demás hacían lo propio. De repente, subió mi «amiga» quien al parecer no tuvo inconvenientes para sacar el pase a punta del «menudo» que traía consigo. Vi además cómo cargaba bolsas de plástico con lo que parecía ser su ropa. Fue entonces cuando me percaté que su vestido no era tal, sino más bien una camisa de marca Náutica que le quedaba enorme. Por debajo unos hot pants (o chones de piernas largas) en los que no quise reparar por razones obvias. Sus sandalias y pies estaban sucísimos, pero a ella pareció no importable y los subió en el asiento.

Se abalanzó contra el asiento y se dispuso a dormir. Me olvidé de ella por unos instantes, justo hasta que se levantó de improviso, cogió algunas prendas de la bolsa y se dirigió hacia el chofer. Eso fue suficiente para que mi imaginación echara a volar: la paranoia me invadió y pensé que en su mano o dentro de alguno de los paquetes llevaba un arma. Como yo estaba inmediatamente junto a ella -solo el pasillo nos separaba- y me había negado a darle dinero, sería su primera víctima. De inmediato, saqué mi celular del bulto y casi que tenía marcado el 911.

Para mi fortuna, solamente estaba soñando despierto. Pero fue entonces cuando me invadió la duda: si Jesús se enojó porque santo Tomás no creía sin ver, ¿se enojará también porque yo creo viendo?

miércoles, 8 de abril de 2009

Perdido y hallado en el templo

A propósito de la Semana Santa, creí conveniente tomar de las Escrituras el nombre de esta entrada.

Entrando en materia, resultó que no me quedé nada contento con la espina de saber quién coños se había robado mi iPod. Por tanto, solicité al dueño del gimnasio preguntarles a los mocosos del karate (o taek-wondo o cualquier otra arte marcial) si conocían algo al respecto.

Dio la casualidad que una de las señoras que hace su rutina ahí era maestra de la escuela a la que asiste la mayoría de carajillos. Le comenté del asunto y tuvo buena gana de ayudarme. Me dijo que le iba a cuestionar a sus alumnos, por separado, cuál de sus compañeros había llegado con un nuevo reproductor de mp3.

Asimismo, pensé en recurrir a la intervención del profesor. Después de todo, creí que una hablada de esas hediondas del “maestro zen” sobre el honor y la probidad que deben tener los practicantes de esa disciplina podría ser de utilidad. No obstante, no me fue posible hablar con la celeridad que hubiese querido, dado que solo puedo asistir al gimnasio por las tardes los días viernes. A la postre, la siguiente jornada en que había coincidencia no hubo clases; así que otro atraso.

Cuando finalmente se pudo concretar el encuentro. Pasó lo inesperado. Me dispuse a discutir sobre el tema con el profesor; pero este, incrédulo, desdeñó mis razones e hizo caso omiso a mis súplicas. Por el contrario, los niños se me vinieron encima y empezaron, uno a uno, a contarme lo que sabían. Jamás me imaginé que tal muestra de honestidad y honradez fuera a darse, en particular por los antecedentes y prejuicios que tenía sobre ellos.

Sin embargo, araba sobre tierra infértil. Si bien hubo mucho apoyo de parte de los infantes, nadie me supo dar con precisión mayores detalles sobre el pilluelo. Resignado, empecé a cavilar sobre las maneras de adquirir un nuevo aparato…

Llegó el lunes y recibí un mensaje de texto de mi primo. Querían que llamara al dueño del local ipso facto. Después de casi 2 años de asistencia y jamás un aplazamiento hacia mi persona, yo no entendía qué estaba sucediendo. Ni por la mente me pasó que fuera noticias sobre mi iPod. ¡Pero sí eran!

Según me contó mi prima -que estaba en el lugar cuando todo el follón ocurrió-, un señor llegó a comunicarle al dueño del sitio que el hijo no iba a volver a clases, pues estaba castigado. “Casualmente”, el iPod apareció ese mismo día en un basurero cerca del sitio donde originalmente lo habían tomado.

En fin, si bien es cierto me hubiera fascinado encantado encontrar al culpable y hacerle pagar por su pésimo comportamiento (y de paso avergonzar a los padres celestinos que consintieron tales actos); me satisfago con el hecho de que al menos encontré mi reproductor de música, el cual, después de una buena pasada por Lysol está igual a como el día en que se “extravió” (hasta con las canciones y videos… ¡pueden creerlo?).

miércoles, 1 de abril de 2009

Y como dice El General…

… No me trates no / ¡no me trates de engañar!

Soy uno de los mayor detractores del BAC San José que hay en el país. Primero que todo, me parece que tiene un sistema de cobro por demás antojadizo y estúpido. Si uno saca menos de 100 pesos de la cuenta, le cobran un recargo por Dios sabrá que motivo; si es superior a una cantidad que no recuerdo, también hay penalidad. En segundo término, poseen un servicio de atención al cliente que apesta como paloma muerta por intoxicación con agroquímicos.

Pero como al que no quiere caldo, dos tazas; en todos los lugares donde he trabajado (y me han pagado) las transacciones se realizan mediante esta institución bancaria. Y dio la casualidad que hace poco me dieron una tarjeta nueva. Un par de días más tarde, me voy para el cajero y (usando la contraseña que ellos me facilitator) el toche aparatejo no funcionó.

Por diversas razones, acabé yendo a la sucursal del mall San Pedro ayer. Llegué, hice la fila como cualquier otro cristiano y surgió la siguiente conversación:

Yo: ¡Hola, señor! ¿Cómo está? Mire, es que mi tarjeta no me sirve y necesito hacer un retiro.
Cajero: Claro, con mucho gusto. Dígame, ¿cuánto desea sacar?
Yo: Diay, no sé… ¿cuál es mi saldo?
Cajero: No puedo ver su saldo en mi sistema.
Yo: Pero ya le dije que mi tarjeta no sirve; entonces ni sé cuánta plata hay en la cuenta.
Cajero: Diay, entonces no le puedo ayudar.
Yo: ¿Y ustedes no podrían darme una contraseña nueva?
Cajero: No, tiene que ir a una sucursal bancaria.
Yo: ¿Esto no es una sucursal?
Cajero: No, esto es una (… no me acuerdo qué dijo acá).
Yo: Entonces dígame dónde hay una sucursal.
Cajero: Diay, yo le puedo decir, pero es que hoy a esta hora ya todas están cerradas.
Yo: ¿Quiere decir que no me puede ayudar?
Cajero: Sí le puedo ayudar, si me dice cuánto quiere que le saque de la cuenta.
Yo (con toda la chicha del mundo y en tono sarcástico): No, ¡muchas gracias!

Lo más vacilón de todo fue que cuando iba saliendo me dice el guarda:

--- Mire, muchacho, vaya meta la tarjeta en el cajero, le da el PIN que le dimos y de seguido selecciona la opción de “cambiar contraseña”. Introduzca una contraseña nueva y luego la repite. ¡Va a ver cómo le sirve!

Y de verdad. El truco de don guarda sirvió de maravillas, pude ver mi saldo y sacar justamente lo que necesitaba.


… Tú eres mi mamita rica y apretadita

En eso me voy para el BCR a depositar los fondos de la quincena y cuando estaba por los cines me encontré una amiga. Iba para el cumpleaños de un conocido y le andaba buscando un regalo. Decidí acompañarla y al final le compró una de estas bandas de paño para las muñecas (como las que usan los jugadores de tenis) con un reloj. Estaban bastante originales y a mí me parecieron muy cool.

En eso que salimos, ella esperaba a una muchacha que la iba a acompañar al agasajo y pasó este pedazo de mujer... Yo que me quedé viéndola porque estaba muy rica y en eso empecé a cantar entre dientes:

--- Y como dice El General: tú eres mi mamita rica y apretadita... Mamita, mamita rica y apredita.

A lo que me responde mi interlocutora riéndose ante mi ocurrencia:

--- Mae, ¡qué jeta! A pesar de la cara de zorra que tiene, no puedo negar que esa canción le va excelentemente a esa doña.