domingo, 8 de noviembre de 2009

Vergüenza ajena

Esto sucedió hace bastante tiempo, específicamente el día del partido Costa Rica-México en el Ricardo Saprissa. No recuerdo por qué en su momento omití hacer la entrada. Lo cierto es que hoy volví a ver a mi amigo por lo cual se me reactivó la memoria y me pareció que este es otro de mis precious moments que merece ser plasmado por este medio.

Habíamos quedado en vernos en Río en Los Yoses para observar el encuentro. Sin embargo, cuando llegué yo, aquel lugar estaba a reventar y la fila para entrar alcanzaba casi la embajada de Italia. Llamé a mi amigo para contarle lo sucedido y cambiamos el sitio por Reventados en la calle de La Amargura. Pues nada, una vez en el lugar nos dispusimos a entrar -la cola era solo de 5 personas- y lo primero que encontré fue a una vecina mía que tenía años de no ver. Le presenté a mi amistad. Casi de inmediato La Papa empezó a contarme sus historias siempre involucrando amores infructuosos y relaciones nunca concretadas (por algo nos caemos tan bien).

Resulta que mi compañero había quedado de asistir a una fiesta el mismo día que salimos, por lo que me pidió que lo acompañara. Como no le vi nada de malo, accedí y cuando fue el medio tiempo, tomamos un taxi y nos dirigimos a Tibás. Para no hacer la historia muy larga, el chofer no sabía dónde quedaba el lugar para el cual íbamos y nos tuvo que dejar en un lugar X en el que le exigimos que se detuviera. Al final pudimos dar con el barzucho.

Mientras subíamos las escaleras, mi amigo (que es gay) me relevó el contexto de la situación. El evento hacia al cual nos dirigíamos era de un señor que cumplía 40 o 50 años -ni lo recuerdo ni me importa-; quien además estaba enamorado de él. Pero la cosa no se quedaba ahí: el doncito era casado; tenía su mujer y dos hijas y las tres iban a estar en el lugar.

Al enterarme yo de esto, solo deseaba hacer las de Melquíades y huir por la derecha. Pero ya era demasiado tarde y nos encontrábamos dentro del local. Este se veía como un enclave de los años setentas con imágenes alusivas a la década y peinados al mejor estilo de Farrah Fawcett. Para peores era un karaoke y la ansiedad mía solo era superada por aquella de los cantantes wanna-be que se preparaban para pasar el bochorno de sus vidas. Y seamos sinceros, yo también estaba a punto de pelarme en nance frente a un grupo de desconocidos.

De repente, apareció la mesa de torturas. Mientras tanto, al único lugar donde pude "escaparme" fue al baño a reponerme de la impresión (o al menos a intentarlo). Cuando volví, mi amigo necesitaba ir también por lo que me dejó solo. Y ahí estaba yo, frente a una mesa llena de personas extrañas viéndome.

¡Dios mío! Ante tal agobio pensé que lo mejor era sentarme en un puesto lo más alejado posible. Así lo hice, mientras los segundos se extendían como si fueran años. Desconozco el tiempo que estuve en esas cuando de repente la esposa del señor me convidó a la mesa de ellos. Para entonces yo solo le pedía al Ser Supremo que se mandara un terremoto de esos que solo Él sabe hacer o que, como mínimo, se abriera un hueco en la Tierra y me tragara (digo, porque peor vergüenza que la que pasaba no podía haber).

Al rato llegó mi amigo y empezamos a hablar. Está claro que le recriminé el hecho de haberme ocultado semejante follón. Mientras me encontraba en estas, llegó el festejado a entablar una plática con nosotros, por lo que la arenga tuvo que dejarse para luego. Para colmos, empezó a decir que estaba celoso de mí por andar con su "enamorado" pero ya era demasiado. Le informé que entre él y yo no había nada, que si allí estaba era porque no había sido avisado apropiadamente de todo el tema y que me hubiera gustado conocerlo de antemano para no estar presente.

Esperé unos minutos más para decirle a mi amigo que ya el estómago me sonaba (una forma muy diplómatica de informarle que mi paciencia ya se había agotado) y que me quería ir. Nos enrumbamos hacia el McDonald's en medio de un sermón que incluía muchísimos reclamos y sobre todo disculpas tardías que poco remediaban.

Y así pasó la noche en la que la pérdida de la Sele contra los aztecas fue el asunto que menos me tenía con cuidado.