sábado, 14 de marzo de 2009

Cuando los chapulines atacan

Si hay algo que sea pan de cada día para todos los costarricenses es la inseguridad ciudadana. Bajonazos, paseos millonarios, estafas con tarjetas de crédito, asesinatos por un par de tenis, violencia doméstica y un largo etcétera forman parte del lenguaje cotidiano en notas de sucesos. Como consecuencia, casi sin percatarnos, nos hemos visto envueltos en una ola de crímenes que parece no tener fin.

Ante tal espectáculo, la ministra Janina del Vecchio se luce con su habilidad para la tragicomedia y sale con que la inseguridad es una percepción. Sin ánimos de parecer seguidor de tales declaraciones (porque mucha agua pasa por este río), me parece que en parte tiene razón.

Creo que los ticos hemos perdido parte de nuestra capacidad de raciocinio para discernir entre el bien y el mal. Mejor dicho, nos hemos vuelto incapaces de distinguir entre el uno y el otro dependiendo del contexto.

Me explico: si es un ladrón el que asalta, roba y mata; eso es totalmente reprochable y acto de la mayor consternación. Si es un político destacado el que mediante «actos correctos», almuerzos millonarios o concesiones favorece a familiares o a allegados; debería ser enviado a la cárcel de por vida o quizás matarlo por dilapidación.

Eso sí, si soy yo el que emplea métodos ilícitos para zafarse del tráfico cuando está borracho, o el que hace «alguna jugada» para pagar menos impuestos, o el que se roba algún artículo ajeno de un bolso que no le pertenece; ahí no importa porque igual «todo el mundo lo hace».

Me cabrea mucho porque hacemos una diferencia entre «lo que yo hago» y «lo que el otro hace», como si realmente fueran cosas distintas. A lo mejor lo único que discrimina entre ambas es la cantidad de dinero en cuestión o la intensidad de violencia que se emplea para conseguir los objetivos. Robar es robar (no importa quién lo haga) y una persona corrupta lo es sin distinguir entre los adjetivos que lo califiquen.

Traigo esto a colación porque el día de ayer fui víctima de un hurto. Fue en un lugar en el que por dos años no he tenido el menor inconveniente en dejar las cosas: el gimnasio. Lo más «gracioso» del asunto es que no fueron chapulines convencionales, sino mocosos «normales» de clase media a los que de seguro no les falta nada ni tienen necesidad de hacer esas cosas. Para darle más ironía al tema, los escuincles estaban en una lección en la que se supone los ayuda a lidiar con la inseguridad ciudadana.

Yo me pregunto, entonces, qué hace un padre al ver que su hijo llega de este curso con un artículo que él no le ha comprado y que a todas luces es imposible de haberlo conseguido por sus propios medios. Pero sobre todo, me sorprende que si, de percatarse del hecho, se hace de la vista gorda y fomenta la lacra social que lo condujo a matricular a su «angelito» en primera instancia.

3 comentarios:

Marcela Matamoros dijo...

Tiene ud un punto. Uno casi nunca piensa en que uno mismo podría estar siendo deshonesto, porque es mas fácil ver la paja en el ojo ajeno...pero, sí todos esos choricillos piadosos que uno hace son robar, del algun modo u otro, y el cambio definitivo no llegará si no se empieza por uno mismo.

Que mal lo del robo. Es que ni siquiera es como que los maes necesitaran eso que le robaron a ud, es más como un instinto, no se que, que está ya internalizado. Preocupante.

PD: Off topic, en que call center? solo por vara...sino, yo se que la mayoria de gente es buena y trabaja por ganarse la vida, pero es que he conocido cada personaje...sera que me pasa solo a mi tambien? jaja.

Anónimo dijo...

Mae, completamente de acuerdo con vos...

Evicted Aussie dijo...

Mujer de maíz: Me cabrea demasiado eso de que los calificativos a las acciones dependan de quien las haga.
Off topic, el call centre se llama Pacific Interpreters y, como su nombre lo sugiere, ahí uno trabaja como intérprete de llamadas (médicas, sobre todo). Como le dije en su blog de verdad no sé de dónde sacó ese prejuicio de los que trabajamos en estos lugares, ¡en serio que nada que ver!
¡Gracias por pasarse por acá!

Juan Pablo: O hay pa' todos o hay patadas... ¡Tuanis, viejo!