De caballos, caballeros y caballerizos

Siempre me he sido alguien particular. No en el sentido de «uy, mae qué cool que sos» sino en que no tiendo a seguir los patrones convencionales del comportamiento humano promedio.

El caso más típico lo tengo cuando digo que me gusta el reggaetón. La gente me hace una cara de asombro, a lo mejor porque espera que saque el blin blin y les muestre el diente de oro. Por lo general no me creen pero cuando me escuchan cantar todas (sí, todas) las piezas desde Daddy Yankee hasta Calle 13, sin olvidar a Tito «el Bambino» y a Dobleú el sobreviviente con Yandel se dan cuenta que la cosa iba en serio. Claro está, no sin antes la sonrisa dibujada en sus rostros, con un modo que no sé si es vergüenza ajena o complicidad por compartir sus gustos.

En cierto momento de mi vida esto me perturbaba mucho. Durante un tiempo más largo del que debió ser me la pasaba recriminándome y riñendo con Dios acerca de por qué yo no podía ser como los demás, por qué sentía que nunca encajaba y no sé qué otras boludeces más.

Hasta que llegó un punto en el que me cansé de pelear contra mí mismo y contra el mundo. Un día me harté de tanta joda y decidí inexorablemente ser yo. Poco a poco, descubrí que no había nada de malo en romper el molde, en ser una persona verdaderamente irrepetible.

Traigo todo esto a colación porque últimamente he notado que determinados individuos que me he topado en el camino de la vida son raros. OK, tendrán su grupito de amigos y sus confidencias, pero no pueden desarrollarse más que eso. Son incapaces de buscar nuevos círculos de amistades más allá de las personas que ya de por sí se parecen a sus conocidos. ¡Qué cansao!

Yo en cambio, necesito el eclecticismo como parte de mi vida. La monotonía me aburre. Estar rodeado siempre del mismo tipo de gente es como andar siempre con las mismas 2 personas. Mae, y es que el colmo, ¡llega un punto en el que comparten tanto tiempo juntos que acaban por parecerse físicamente!

Así pues, hasta aquí me trajo el río. Un día como hoy, en medio del mes del amor y la amistad, reafirmé mi parecer de que está bien permitirse ser distinto y que no hay nada malo en ello.

Ya lo había dicho Miguel de Cervantes, maestro de maestros, hace varios siglos:

«El andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerizos»